EVANGELIO DEL DOMINGO
"Velen, porque no saben el momento". San Marcos, 51-62.

domingo, 2 de agosto de 2015

JESÚS, PAN DE VIDA

“El Evangelio de Hoy”,  Jn 6,24-35

Lectura del santo evangelio según san Juan:


En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo has venido aquí?" Jesús contesto: "Se lo aseguro, me buscan, no porque han visto signos, sino porque comieron pan hasta saciase. Trabajen, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios." Ellos le preguntaron: "Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?" Respondió Jesús: "La obra que Dios quiere es ésta: que crean en el que él ha enviado." Le replicaron: "¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo."" Jesús les replicó: "Les aseguro que no fue Moisés quien les dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo." Entonces le dijeron: "Señor, danos siempre de este pan." Jesús les contestó: "Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed."  Palabra del Señor.

REFLEXION

Muchas personas en un momento determinado de su vida tienen la impresión de encontrarse en un callejón sin salida. Lo que les turba no son los problemas normales del trabajo, la familia o las mil preocupaciones de la vida ordinaria, sino un desasosiego interior difícil de explicar.
Ha llegado un momento en que apenas sienten gusto por la vida. No saben exactamente por qué, pero ya no aciertan a vivir con cierto gozo. Tal vez no lo revelan a nadie, pero hay en ellos una especie de vacío interior.
Hemos de caer en la cuenta de que lo que necesitamos entonces es descubrir dónde puede estar “la fuente de la vida” capaz de regenerarnos. Según el momento o las circunstancias, una persona puede sentirse viva o inerte, eufórica o abatida, vacía o insatisfecha, pero el verdadero problema es vivir “sin raíces», separados del fondo misterioso de la existencia, sin contacto con la fuente de la vida.
Lo sepamos o no, lo que nos inquieta desde dentro a los hombres y mujeres es el miedo a perdernos, el desconcierto ante lo absurdo, la angustia ante la soledad. Esa triple ansiedad marca nuestra vida y hace que siempre andemos buscando seguridad sentido y amor.
Consciente o inconscientemente, las personas llevamos dentro la nostalgia de una vida que esté por encima de toda muerte, de un sentido que esté más allá del sentido y sinsentido de este mundo, de una protección y acogida a las que nada pueda hacer peligrar.
Cuando uno percibe esto con suficiente hondura, algo le dice por dentro que sólo Dios puede ser la fuente de la verdadera vida. Nada que no sea Dios nos basta.
Si acertamos a abrirnos humildemente a Dios, una fuerza liberadora nos penetra y regenera. Todo cambia. Se puede vivir con una confianza diferente, con un sentido nuevo, con verdadera esperanza.

Entonces se puede intuir la verdad que encierran las palabras de Jesús: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasara hambre, y el que cree en mí no pasará sed».

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